RELATO FINALISTA - FIN DEL MUNDO (IX)
Pues sí soñadores.
Aquí tenéis el otro relato finalista del concurso "Yo sobreviví al fin del mundo", organizado por la Editorial Otros Mundos.
Un excelente y apocalíptico cuento de Esther Galán titulado: "Espectros".
Gracias Esther por esta historia.
Y a los demás... ¡¡¡a disfrutarla!!!
Espectros
por Esther Galan
Finalista de concurso Yo Sobreviví al Fin del Mundo
Al
principio todo era indiferencia e incredulidad. La gente parecía ignorar o no
ver lo que estaba sucediendo, pero la sombra de lo que ocurría plagaba toda la
ciudad. Al principio sólo eran unas cuantas desapariciones o suicidios, en
menos de una semana los casos se triplicaron y llegaron noticias desde todas
partes del mundo en el que había más casos como esos. Una chica en la
biblioteca se esfumaba dejando una marca renegrida en el suelo, en el punto
exacto donde la vieron por última vez. Un anciano se arroja por la ventana, cae
en la acera y se mata. Pronto los rumores de que los cuerpos de los suicidas
desaparecían en las morgues se extendió, hasta ser ya una verdad absoluta.
Metían un cuerpo fiambre con la cabeza reventada en una de las celdas del
congelador de la morgue y al rato ya no estaba, sólo quedaba esa marca oscura
que formaba la silueta del difunto sobre la bandeja metálica en la que había
estado el cadáver.
Otros
rumores más escalofriantes y menos lógicos se sucedieron. Tales como que
algunas personas se habían cruzado o habían visto de lejos a alguno de los
desaparecidos o suicidas. Los que
afirmaban haber tenido un contacto más cercano a ellos contaban que ya no
parecían personas, sino más bien espectros y que su sola presencia les llenaba
de malestar y desasosiego. Los que narraban haberlos visto de lejos también
coincidían en la terrible sensación interior que aquellos seres les provocaban.
La diferencia entre unos y otros es que los primeros acababan desapareciendo
también, dejando la huella negra en los últimos lugares en los que habían
estado; y los que sólo los habían percibido en la lejanía no.
Crecieron
el número de suicidas, y todos ellos tenían en común que habían visto de lejos
a una de aquellas criaturas. El pánico se apoderó de la ciudad y poco a poco el
lugar pasó de ser un sitio muy transitado, ruidoso, vivo a estar abandonado,
silencioso y muerto. Los habitantes quedaron divididos entre seres que se
paseaban “sin vida” y aquellos que luchábamos por instinto de supervivencia.
Recuerdo
que mi propia compañera de piso había desaparecido, dejando una marca profunda
y negra en el sofá, donde se sentaba siempre. Apenas dos días después, mientras
introducía la llave en la cerradura de casa para entrar, percibí que había algo
dentro, algo que me observaba a través de la mirilla. No alcé la cabeza. Saqué
la llave de la cerradura, di media vuelta y con paso rápido salí del edificio.
Supe que ella, Stacy, de una forma horrible aun seguía dentro del piso. Y
también supe que quería atraparme. Quería mi alma.
De
eso hace casi un mes. No soporté estar
en la ciudad mucho más tiempo, cada vez había menos personas vivas y más de
aquellos espectros deseosos de tener un alma. Algo que devorar, tal vez energía
vital para poder seguir en esta dimensión. Todavía no sé qué son con certeza.
Ted, un conocido con el que me encontré cuando estaba intentando escapar de una
de aquellas cosas, los llamó fantasmas. Me explicó que a él casi le atrapan en
los lavabos de un centro comercial, ahora abandonado. Cómo una chica, apenas
adolescente se acercó a él, su rostro desdibujado, casi traslúcido. Su mirada
era oscura y penetrante y Ted no tuvo más remedio que escapar por una pequeña
ventana que había en los servicios.
Ahora
le miro y siento que hicimos lo mejor. Él conduce mientras nos alejamos de
cualquier zona habitada. Llevamos el maletero lleno de provisiones y mantas
para pasar las frías noches dentro del vehículo. Sigo sin creerme que
lográramos salir con vida de aquella ciudad atestada de fantasmas. Y lo mejor de todo es que no estoy sola, él me
protege y vela por mi bienestar.
Ladeé
la cabeza que tenía apoyada en el cabecero y le miré. Conducía de noche a una
velocidad media con las luces largas dadas, atravesando la niebla espesa que se
concentraba a los pies de la montaña. Cubriendo la carretera y rodeándonos a
nosotros.
Ted
pestañeó en silencio sin apartar la vista de la carretera. Sus rizos le cubrían
parte de la frente.
—¿Conseguir
el qué?
—Sobrevivir
—contesté.
—Si
logramos mantenernos alejados de los sitios poblados —comentó con su voz
neutra, relajada— y si tenemos suerte.
Asentí
sin apartar la mirada de su cara, pálida
y manchada de cenizas, cubierta de algunos rasguños pero fina. Como si la
hubieran tallado. Sonreí, era extraño pensar en lo hermosas que eran sus
facciones mientras el mundo se iba a la mierda, pero en ese momento, dentro de
aquel coche que encontramos en un arcén, en la oscura noche y con aquella espesa niebla pululando a nuestro
alrededor no sabía en qué más pensar. No se me ocurría nada. Mi mente había
renunciado a volver a ser racional, dejé atrás hace algún tiempo la idea de que
esto se arreglaría, de que todo saldría bien. Sólo me quedaba una cosa. El
presente.
Poco
a poco, mis ojos se fueron cerrando, todo se iba oscureciendo más y más. Todo
excepto la piel blanca de Ted que resaltaba entre tantas tinieblas. Y sin darme
cuenta me quedé profundamente dormida.
Me
desperté al oler la carne frita. No usábamos aceite así que el bacon mañanero
que conseguimos ayer en la última gasolinera que vimos no sabría igual que el
de siempre. Aunque no importaba. Apenas lograba recordar cómo sabía el bacon
frito con aceite en una sartén, una neblina se iba apoderando de nuestras
mentes haciéndonos olvidar las cosas que eran cotidianas. Di cuenta del
desayuno con un hambre voraz, casi animal. Tenía la ligera sensación de que
cada vez éramos menos humanos, como si volviéramos a nuestra raíces. Los
sucesos que habíamos vivido nos estaban haciendo cambiar, y no precisamente
para mejor. Miré en derredor y descubrí que Ted descansaba acostado en el
asiento trasero del coche. Ocupaba todo el espacio y se había cubierto con una
manta hasta la cabeza. Apenas unos rizos curiosos asomaban entre la tela. Al
verlo no pude evitar sonreír mientras limpiaba la cazuela en la que cocinábamos
todo con un trapo sucio, demasiado usado en poco tiempo. Me acerqué al coche y
guardé los bártulos en el maletero, después cerré con cuidado de no dar un
golpe fuerte y despertar a mi acompañante. Bebí un buen trago del agua viciada
que contenía la sucia garrafa que estaba a medio terminar, y tomé el relevo al
volante.
Conduje
durante toda la mañana, parando dos escasas veces para orinar junto al coche,
en plena carretera y seguir nuestra ruta. El frío de la montaña nos asediaba,
nada que ver con la extraña frialdad de las ciudades deshabitadas. Era
antinatural, algo horrible que ponía los pelos de punta. Una especie de gelidez
en la nuca que te hacía saber que estaban ahí, mirándote. Intentando cazarte.
Sólo
de pensarlo se me revolvía el estómago. Tanta gente a la que quería se había
esfumado, dejando aquella espantosa marca negra que señalaba su transformación
en “entes”. Mi familia, mis amigas y amigos, mis compañeros, vecinos y
conocidos. Todos ellos ya no existían, o si lo hacían, si habían sobrevivido
como nosotros tal vez nunca volviera a encontrarme con ellos. Al recordarlos noté como mis ojos se
humedecieron. Me los froté intentando prestar atención a la solitaria carretera
y evitando pensar en esas cosas que hacían crecer en mí aquel sentimiento
fatalista de que esto no tenía sentido, que si me hubiera dejado coger por mi
compañera de piso, Stacy, ahora no tendría que estar sufriendo por dentro ni
malviviendo en un mundo asolado.
Recuerdo
que uno de mis profesores de instituto
me mandó hace algunos años un libro que hablaba de la peste. Aquella gran
enfermedad que se llevó consigo a buena parte de los seres vivientes del mapa.
Esta era nuestra peste, la peste del siglo XXI. Una enfermedad que te va
matando poco a poco y te hace saber que estás muerto en vida. Aquellos malditos
monstruos eran nuestra epidemia.
Anocheció
y Ted todavía no se había despertado. Lo contemplé sintiendo la calidez que
desprendía su cuerpo bajo la manta. Su respiración tranquila, acompasada y el
olor que desprendía e inundaba el interior del coche. Puse las luces de emergencia y paré en la
cuneta para descansar. Llevaba demasiadas horas pegada al volante y los ojos me
empezaban a escocer. Suspiré mientras me frotaba suavemente los párpados con
las yemas de los dedos, creando círculos que calmaran el malestar de mis globos
oculares. Una extraña tranquilidad rodeaba nuestro vehículo. Escuché cómo salía
y entraba el aire en Ted, cómo lo iba
expulsando sin prisa. Me centré únicamente en eso, en él, en su olor y en la
respiración que me acompañaba. Dispuesta a conducir un rato más fui incapaz,
cuando cerré los ojos no volví a abrirlos.
Pesadamente
abrí los ojos, frotándolos con fuerza al darme cuenta que ya estaba
amaneciendo. La niebla seguía rodeando todo el trayecto y al ir a arrancar el
coche caí en la cuenta que se había terminado la batería al haberme dejado las
luces de emergencia dadas toda la noche. Un frío espasmo me recorrió la
espalda. Si no nos movíamos podríamos ser presas fáciles para aquellos seres
incorpóreos. Mi ansiedad aumentó y comencé a pisar el acelerador mientras forzaba
la llave en el contacto para poner en marcha el coche, pero no funcionaba. El
ahogado ruido del motor intentando arrancar me taladraba los oídos, las manos
comenzaron a sudarme y un desasosiego me poseyó. Comencé a hiperventilar y
gemir mientras golpeaba el volante con ambas manos, presa de un ataque de
pánico. Cuando de pronto reparé en que Ted no estaba a mi lado. Me giré y miré
la manta que descansaba cubriendo el asiento trasero. Alargué mi mano
manteniendo mis pensamientos al margen. No podía creerme que se hubiera
marchado, que me hubiera abandonado ahí, en mitad de la nada. Al agarrar la
manta y arrastrarla hasta mi, mis peores
temores se confirmaron. Ahí, en el asiento trasero reposaba una marca negra
similar a cenizas y entonces mi mente se bloqueó. Escuchaba mi propia
respiración, agitada y nerviosa, poblar el interior del coche. Estaba sola, Ted
ya no estaba y en su lugar había una mancha oscura, como la de aquellos que
desaparecen tras ver un ser. Y entonces comprendí.
Ocurrió
cuando paramos en la gasolinera para abastecernos con lo que encontráramos. Me
había quedado fuera, sacando la gasolina con una goma a otro coche que estaba
abandonado cerca de un surtidor. Ted salió del establecimiento a prisa, con la
cara lívida y tenso. Sólo me dijo:
—Vámonos
―y se metió en el vehículo a toda prisa, arrojando lo que había encontrado en
la gasolinera al asiento trasero del coche.
Le
pregunté pero no me respondió, condujo como un loco y yo pensé que sería porque
tal vez había intuido que allí había uno de esos entes. Pero ahora, mientras
miraba aquella señal indudable de muerte supe que no lo había intuido, ni
siquiera lo había visto de lejos. Aquel ser que había en la gasolinera le miró
a la cara, frente a frente, y le robó el alma.
Una
pesada lágrima resbaló por mi mejilla. Ted era lo único que me quedaba y ahora,
sin él estaba perdida. Me dejé ahogar en la desesperación mientras apretaba el
volante con ambas manos. Los nudillos se marcaron bajo mi piel y la respiración
se atascaba en mi garganta. Fue cuando
noté aquella fría sensación en mi nuca, que bajó por mi espalda clavándose en
mi piel. Un frío antinatural pobló el coche empañando los cristales y entonces
noté que había alguien detrás de mí, en el asiento trasero. Tenía la vista fija
en el volante del coche y me resistí a girarme y encararlo. Sabía lo que me
encontraría. Alargué la mano hacia el tirador para abrir la puerta y correr por
aquella carretera fantasmal, pero, inconscientemente mis ojos se deslizaron al
espejo retrovisor que tenía sobre mí.
En
el reflejo distinguí unos ojos blanquecinos, vacíos que me miraron acercándose
más y más. Ted ya no era Ted pero seguía aquí, dispuesto a que siguiéramos
juntos. Grité, grité apartándome del espejo mientras el espectro de lo que un día
fue Ted devoraba mi alma, convirtiéndome en uno de los suyos.
Un relato muy bueno!!El final es increíble!!Me encantó.
ResponderEliminarCuidado con los espectros Joan!
Besos!