"EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESATA" de Juan Calderón

Muy buenas amig@s!!

Hoy me gustaría presentaros un nuevo libro en el que las emociones y sentimientos se mezclan para hacernos disfrutar de una lectura más que enriquecedora.
Se trata del nuevo poemario del escritor Juan Calderón Matador, editado por Ediciones Cardeñoso.
Un libro que no tiene desperdicio, que atrapa desde el primer verso y que, estoy seguro, no os va a dejar indiferentes.


Aquí os dejo con el dossier de prensa, una muestra del poemario y la reseña realizado por la escritora y amiga Elena Marqués Núñez.

Por cierto, si estáis interesados en el libro podéis recibirlo en vuestro domicilio al precio de 10€. En España no tendrá gastos de envío. Solicitadlo en ésta dirección: raicesdepapel@gmail.com 




DOSSIER DE PRENSA

Juan Calderón Matador nos muestra en su octavo poemario, "El destino nos ata y nos desata", un canto al amor sublime, esa búsqueda perenne de la persona que nos complementa, a la que no siempre logramos encontrar, o no conseguimos completar con ella el círculo de aquello que en origen se nos encomendó re
alizar juntos. Según la teoría del autor, nos vemos abocados a afrontar una reencarnación tras otra, con la obligación de buscarnos y encontrarnos, a veces con una leve memoria de existencias anteriores otras sin una sola señal que nos indique la dirección de búsqueda, hasta que esas misiones se vean plenamente realizadas. En ese marco, con una playa como escenario, el protagonista del poemario intuye que ese día y a esa hora se producirá el reencuentro con el ser amado. No sabe si en esta ocasión vendrá a su vida como mujer o como hombre, pero tiene muy claro que aceptará su amor, sea cual fuere su apariencia. Esas vivencias y circunstancias, que el poemario guarda con celo y mimo entre versos de gran altura y madurez, novedosas imágenes y metáforas enriquecedoras, tendrá que descubrirlas el lector, que es, en definitiva, el destinatario de los poemas.
Ediciones Cardeñoso
Plataforma Cultural Raíces de Papel





MUESTRA DEL POEMARIO





CERTEZA

Borracho estoy de sol y espuma fresca
en esta soledad en la que espero,
seguro de que hoy
regresarás de siglos.

La playa es un desierto anaranjado.
Te veo en la distancia,
girando un quitasol insinuante,
y tengo la certeza de que eres
el Ser a quien añoro.
Reconozco tu voz, la de otro tiempo,
tan varonil
como la mía lo es ahora.

Frente a mi desnudez tengo la tuya
y esos granos de uvas que me ofreces.
A nuestro alrededor nada respira,
sólo tú, yo, y el semen intranquilo.

Somos dos bocas imantadas,
corazones buscantes desde siempre,
dos hombres enlazados
sin que el rayo nos pueda ya importar.








Reseña por Elena Marqués






Desde el endecasílabo del título hasta el último verso del poemario, entre las citas que encuadran y desenmascaran cada una de sus tres partes, equilibradas tanto en número de versos como en esperas y encuentros, el último libro del escritor Juan Calderón Matador, que exquisitamente y con el cariño de siempre edita Ediciones Cardeñoso desde el castro de Vigo, nos sumerge en una poesía íntima y sensual en la que sentirnos náufragos y a la vez rescatados. Es difícil, al tomarlo entre las manos, hacer una pausa, apartar la vista de sus apenas ochenta páginas, dejar de leer y releer sin abandonarnos a su ritmo, a esa sucesión sonora de versos libres pero sujetos férreamente al acento que los guía y los conduce.
El poemario El destino nos ata y nos desata, prologado por otro poeta no menor, Blas Pizarro, no deja nada al descuido. Su primera parte, “La inquietud de la espera”, nos mantiene precisamente expectantes, que no inquietos, desde sus citas de Benavente o de Cernuda, y, ya en su primer poema, “Corriente”, cuyos versos, como las aguas del río, nos mecen y nos sitúan frente a “ese destino que nos ata” y nos arrastra, como los hados antiguos, al resto de la vida, se aprecia a un escritor que bebe de las fuentes clásicas y se sienta, al mismo tiempo, junto al resto de sus contemporáneos. Porque Juan Calderón Matador renueva en sus poemas los símbolos eternos de la literatura universal, y así aparecerán: el agua, modelando al hombre (“Lluvia”) o zarandeándolo (“Torrentera”), o incluso entorpeciéndolo (“Llanto”); el fuego como pasión en “Pavesas” o en “Incendio”; el laberinto como punto de inicio...; metáforas inamovibles por las que el autor opta como en un reconocimiento de las ataduras del hombre y, por qué no, del escritor.
Algún crítico avezado podría decir que quizás las imágenes y los símbolos de Juan no son originales. Sin embargo, estoy segura de que, tal como lo afirme, no podrá negarse que su poesía de sentimientos y vivencias no necesita nada más. Son las palabras justas para transmitir la única verdad: la inquietud del Hombre ante su destino, la extraña sensación de haber vivido, la necesidad de encontrar y encontrarse. Y, por supuesto, y remedando a san Pablo, «por encima de todos ellos, el Amor».
Porque si el autor se mantiene coherentemente en sus imágenes y en ciertas palabras que se repiten con obsesión no es por pobreza léxica o por cansancio, sino para dejarnos las pistas, las “Señales”, las “Claves” y los “Signos” que nos hablen de sus prejuicios y sus miedos, sus estados del alma, desde la “Espera” al “Regreso”, desde la quietud y la entrega de sus primeros poemas al movimiento para cumplir al fin su “misión oculta bajo el fémur” con que cierra el poemario en un “Pacto” solemne.
La poesía de El destino nos ata y nos desata es una poesía íntima, en que apenas asoman el poeta y otro ser incierto y amoroso al que busca y con el que comulga en encuentros sucesivos. Y es también una poesía visual, en la que el color nos acompaña como una faceta más de su polifacético autor, que no solo dibuja con palabras, sino también con pinceles, con luces y sombras. Y es, por último, una poesía elemental, en la que los elementos confluyen continuamente: agua en forma de río, de lágrima; tierra por la que viajar o retozar; fuego en el que quemarnos; aire que nos transmita la voz y las imágenes, y los olores, también, de su pasado. No en vano el autor, viviendo en Madrid, deja rezumar los aromas y sabores de su niñez (“Olor”), de todas sus vidas anteriores en una mezcla de recuerdo y deseo, en una profusión de versos distribuidos en su justa medida, en frascos a veces diminutos y frágiles que es preciso leer en voz muy baja para no despertar de su hermosa atadura.
Por ser diminutos y concisos, hasta los títulos son un ejemplo de contención, un signo inequívoco de su búsqueda de la palabra exacta y atinada, de comunicar, al fin, que para eso escribe el Hombre. Muchos de sus poemas se centran precisamente en la palabra: “Libretos”, “Signos”, “Claves”, “Grito”, “Nombre”...; una necesidad de encontrar respuesta a las “Trampas” y los “Enigmas” a los que es preciso en la vida, como en el “Laberinto” del amor, enfrentarse. Y encontrar la salida.
Sin embargo, muchos de sus poemas nos sumergen en la desesperanza, como “Luz”, donde, contrariamente a lo que el lector pudiera pensar, se nos presenta a un suicida sereno. O el siguiente, “Grito”, donde también nos enfrenta a la muerte. No ha de ser casualidad que sus poemas más tristes se concentren en esa segunda parte, “Los que fuimos antes de que la barca cruzase a la otra orilla”, donde, como un ave fénix, el poeta decide finalmente renacer, sin saber “cuándo el reloj, cuál el calendario”, para cerrar definitivamente el círculo con el encuentro definitivo que se augura en las citas de Walt Whitman o Leopoldo Panero con que se abre su tercera parte, donde al fin reconoce las “Señales” y descifra los “Mensajes”, donde al fin reconoce la vida en “torrentera apacible” “como un racimo dulce de ternura”, donde al fin ha llegado a la tierra prometida (“que el nómada que era/ halló su palmeral definitivo”).
Solo queda decir que la lectura de este breve poemario es dulce, deliciosa, apacible aun en sus veros más duros; cosa que los lectores más sensibles agradecemos: aquellos que creemos que las artes deben ser, por encima de todo, estéticas, placer visual y sensorial. Belleza, en definitiva.
Esperamos los lectores que no considere Juan que con ese “Cerrando el círculo”, donde aún sus temores antiguos, y los del otro, se hacen carne (“Este miedo me viene de otro siglo”), aunque se sobrellevan mejor en compañía, puede dar por terminado su trabajo. Estamos seguros de que, después del deseado encuentro, se seguirá sintiendo impelido a emprender un nuevo viaje poético.


Comentarios

  1. Hola, Joan, te agradezco mucho la difusión que haces de mi poemario. Todos sabemos lo importante que ésto es para la poesía, Cenicienta de la literatura, a la que oficialmente se le presta poca atención.Gracias también a Elena Marqués que nos ha regalado su tiempo, además de preciosas palabras sobre la obra. Un fuerte abrazo a los dos.

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    Respuestas
    1. Un placer, Juan. Y gracias por dejarnos esta pequeña joya. Mucha suerte y un abrazo.

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