BlogTour Sueños: Parada 13

Muy buenos días, Soñadores.

Hoy nos llega una nueva parada de la #blogtourSueños que, por si hay algún despistado, nos trae información de la nueva antología de la Editorial Otros Mundos, un servidor y un montón de buenos escritores y colaboradores, que muy pronto verá la luz.

El compendio versará sobre los Sueños en su vertiente más amplia y los beneficios de la venta del libro en formato papel irán destinados (íntegramente) a la ayuda infantil via Medicos Sin Fronteras. Os recuerdo que el formato ebook será de descarga gratuita.
Y estará disponible en inglés, castellano y catalán.


En ésta parada, la número 13, vais a conocer al autor ganador del certamen literario “Un sueño por otro” que organizamos hace un tiempo atrás y el inicio de su relato (Os advierto que querréis más).

Y por si fuera poco, podréis leer en exclusiva la historia finalista del certamen y conocer a su autora.

Ganador certamen Un Sueño por Otro

Jordi Guàrdia Torrent, nacido en Solsona en 1981, es un aficionado a la escritura, bloguero en "Móns Imaginaris" y guionista de comics. Como autor ganó la Mención Especial del Premio Internacional de Ciencia ficción UPC de 2007, publicado por Ediciones B. En 2014 fue finalista del Premio Manuel de Pedrolo de Ciencia ficción de Mataró. Ha colaborado con la Asociación de Jóvenes Escritores en Lengua Catalana y dos de sus relatos fueron incluidos en un par de recopilaciones de Cossetània Ediciones. En 2013 la revista Catarsi publicó uno de sus relatos en su blog.


Así empieza su relato:
“Hoy he soñado que moría y eso me ha hecho inmensamente feliz. Abro de nuevo los ojos, cansado, físicamente desgastado y anímicamente hundido. Las sesiones a las que me someten son tan radicales, que ya hace mucho que perdí la noción del tiempo. No sé cuánto llevo aquí dentro. Puede que haga un mes o tres años. Lo único que sé es que no tienen ninguna intención de liberarme.
Les fascina mi don. Creen que soñar es un poder divino que les puede mostrar su futuro, y evidentemente, lo quieren para ellos”.


Finalista del certamen Un Sueño por Otro

Natàlia Suárez (1997, Barcelona). Estudiante de bachillerato artístico i de japonés. Enamorada de los libros, el dibujo y la cultura japonesa. Friki y otaku desde siempre y amante del ocio alternativo. Finalista del certamen Un Sueño por Otro.



Disfrutad de su relato:

EL TRAFICANTE DE SUEÑOS

Mish. Un nombre aleatorio, susurrado al cielo, arrastrado por el viento. A la luna, testigo de mi descuido, le pareció un nombre precioso y decidió ponérselo a una de sus hijas. Las estrellas la miraron con una ligera envidia, pues sabían que sería para una niña hermosa.


Cuando Mish cerraba los ojos, imaginaba que era un tigre que corría veloz entre la selva. Sus rayas naranjas y negras se fundían en el paisaje. Corría y corría sin parar, hasta quedar exhausta. No
perseguía nada. No huía de nada. Corría por placer, por la necesidad de sentir el viento acariciándole el pelaje. Era una sensación agradable, distinta a las habituales. La niña, en el cuerpo del pequeño tigre, conocía lugares de una belleza inimaginable. Una belleza que no podía encontrar en su ciudad, envuelta por fragmentos desparejados de esperanza perdida.
Mish pasaba largas horas soñando, viajando por parajes exóticos. Se sentía libre, feliz. Ella misma. Liberada de todas las normas, de la sociedad y la ciudad que reprimían sus sentimientos y su carácter curioso.

Cuando los abría, esa libertad desaparecía. A su alrededor solo había paredes blancas, desnudas, a excepción de unas cuantas fotografías en blanco y negro, y un cuadro horrible de precio incalculable. Una extensa colección de muñecas de porcelana ocupaba los estantes de su habitación.
Todas cubiertas con caros vestidos, con puntillas y encajes, sombreros de diseño a juego con sus ricos ropajes. La miraban en silencio, con sus ojos de cristal. A Mish no le gustaban.
Tan frías. Tan distantes.
Tenía prohibido tocarlas, jugar con ellas, pues era tal su fragilidad que un descuido, un ligero golpe de aire, podía romperlas.
Las había comprado su madre durante sus viajes de juventud. Y no había tenido mejor ocurrencia que irlas coleccionando en el cuarto de su hija, junto a ella. Pues la verdad era que la trataban como a una más de la colección.
Mish las miró con cierto reparo antes de levantarse de la cama. Se alisó el pijama y bajó al comedor, no sin antes echar una ojeada por el gran ventanal de la habitación.
La ansiada libertad se encontraba tan lejos...
La niña estaba harta de su vida. De su familia, de su reclusión y su condición.
Ella no era una muñeca.
No era el juguete de nadie.
No era débil como se decía y como todos querían creer.
Ella era fuerte. Muy fuerte. Y valiente como nadie. Y había llegado el momento de demostrarlo.

Se vistió con una camiseta blanca y una falda de colores. No tenía nada mejor. En su armario, siempre tan lleno de ropa, de vestidos blancos y camisas caras, no había sitio para pantalones ni camisetas de deporte. Miró los sombreros, pero no eligió ninguno. Bonitos, pero demasiado incómodos.

Cuando la casa se durmió, Mish salió a su pequeño balcón. Se encontraba a solo dos pisos de altura, pero la visión en picado le provocó un ligero mareo.
No tenía miedo. No se iba a echar atrás en lo decidido.
Solo hacía falta saltar. Lo había visto muchas veces en las películas. Lo había leído en los libros. Ella también podía.

Se deslizó por entre los barrotes y saltó. El suelo del balcón inferior la acogió en silencio. Sus padres no habían recogido la alfombra. Se colgó de nuevo de la barandilla del balcón y quedó suspendida en la noche, balanceándose suavemente. Pero sus pequeñas y finas manos no estaban acostumbradas a tal ejercicio. Sus brazos no estaban preparados para soportar el peso y la presión a los que les sometía la huida.

Y con un golpe seco, se estampó en el pavimento.

Cuando Mish abrió los ojos su cuerpo le dolía como nunca antes lo había hecho. Las rodillas desnudas le sangraban y su pelo, normalmente recogido en dos coletas, se desgreñaba en todas direcciones. Estaba lloviendo, y la ropa se le pegaba al cuerpo, dejando entrever su cuerpo infantil.
Se levantó y miró la puerta. Lo mejor sería olvidarlo todo y regresar. Se giró y miró la calle vacía y las farolas encendidas. Pero su orgullo herido no se lo permitía.
Se alejó de su casa, de su calle, de su barrio. De todo cuanto le era conocido.

Se adentró por callejones oscuros y retorcidos, de maleantes y chicas de calle. Un grupo de hombres la miraron con ojos deseosos. La llamaron, intentando que se acercara. Uno escupió al suelo y la insultó.
Mish apretó el paso. No tenía miedo.

La noche le susurraba su nombre y la conducía por la ciudad hasta donde deseaba. La niña seguía el rumor de las palabras mudas de la luna y se perdía cada vez más por ese inframundo. Y con paso firme, se aproximaba a mi posición.
La llamé de nuevo, y por fin se detuvo cerca del puente. Me miró con los ojos llorosos y se acercó a mi carreta.

Mish se paró y contempló al hombre que, sobre un carro, tocaba la flauta con ojos brillantes. Parecía enloquecido, poseído por los seres de la noche; pero amable a pesar de todo. Lo miró en silencio, pidiéndole ayuda. Estaba congelada y perdida.

Dejé de tocar y me levanté. Esbocé una sonrisa y con la mano le hice un gesto para que se acercara. La había esperado tanto tiempo... y por fin estaba allí.

Mish entró en el carromato. En su interior, miles de frascos aparentemente vacíos y con etiquetas de colores reposaban sobre estantes a ambos lados del estrecho pasillo. Por dentro parecía mucho más espacioso que desde la calle. Una estufa encendida y el olor a cocido le dieron la bienvenida.
La niña miró a su anfitrión con ojos hambrientos, y este le ofreció un bol y una cuchara de madera. Se sentaron en silencio junto a la estufa.

Esperé sentado a su lado durante horas. Se durmió recostada en uno de los estantes. Amaneció y permanecí allí, aguardando sin prisa a que despertara. Busqué el frasco con su nombre, aún vacío, esperando en la oscuridad a ser llenado.

Mish abrió los ojos cuando el sol ya brillaba sobre el puente que resguardaba al carro de las miradas curiosas. Desayunó con el hombre y después de disculparse y agradecerle su hospitalidad, le preguntó por los tarros de cristal.

Me paseé de un lado al otro del carromato, acariciándolos con la yema de los dedos.
-       Guardo sueños. Deseos y fantasías de todo tipo. Los pongo en un frasco, con el nombre del propietario. Y me encargo de que se hagan realidad. A veces vendo sueños a los que no tienen, y compro a aquellos que tienen demasiados.
Guardé silencio y observé divertido la expresión de la niña.
-       ¿Cuál es el tuyo? - rocé su tarro con codicia. Pronto sería mío...

Mish pensó en el tigre que corría libre, en las horrendas muñecas de su habitación. En los vestidos blancos y los sombreros de terciopelo. Podía hacer desaparecer sus tormentos. Ser libre por fin. Pensó en su cama caliente y la comida recién hecha. Podía pedirle que la llevara a casa, terminar esa aventura de una vez.
-       Quiero ser feliz. Vivir libre. - miró al hombre. - Lléveme con usted. Le ayudaré. Trabajaré duro.

No pude evitar reírme. Tenía asumido que era una persona especial, una de mis creaciones, pero esa respuesta fue completamente inesperada.
-       Te llevaré conmigo. No te preocupes por eso. - le dije con una sonrisa maliciosa. Pues eso lo había decidido de antemano.- Pero antes, debes pagar por mis servicios. No soy un genio de la lámpara. Tengo mis necesidades.
Revolvió los bolsillos desesperadamente.
-       No tengo dinero. - dijo triste. - Si no le importa, podría dejarme delante de casa. No importa cuánto dinero pida. Yo se lo daré.
Se la veía realmente dispuesta a gastar la fortuna de sus padres para hacer realidad ese sueño infantil.
-       No hace falta que me pagues con dinero. No lo necesito para nada. Puedes pagarme con otra cosa...
Creo que mi sonrisa se alargó más de lo normal, y que dejé entrever mi codicia, pues se apartó unos pasos, asustada.

Mish empezó a preocuparse. Había entrado en la casa de un desconocido y había cerrado un trato misterioso. La sonrisa afilada del hombre se le clavaba en los ojos.
-       ¿Se va a quedar con mi alma? - era una pregunta disparatada, pero fue lo único que se le ocurrió. Intentaba apartar de su mente el recuerdo de los borrachos que había encontrado la noche anterior. Y perder el alma le parecía menos doloroso que cualquier otra cosa que estos pudieron haberle hecho.

Me reí de nuevo. Aunque su alocada idea tampoco se alejaba tanto de la realidad. Y con un movimiento rápido, le robé la sonrisa. La guardé en el frasco con cuidado y lo coloqué de nuevo en su  sitio.
-       Ya está. Ahora siempre estarás a mi lado. Te llevaré conmigo a donde quiera que vaya.
Mish no volvería a sonreír, pero sería libre y feliz. Despojada ahora de lo que la condenaba a esa angustiosa vida. Una promesa es una promesa.
El hombre bajó del carro seguido de la niña. Revisó las cuerdas que ataban el carromato a la pareja de caballos que tiraba de él.
Y antes de que Mish pudiera hacer nada, el carromato se alejó por la calle y se perdió entre la multitud.
Traficante de sueños.
Coleccionista de sonrisas.

FIN

¿Cómo se os ha quedado el cuerpo?
Con ganas de más, ¿verdad?

Las reservas de SUEÑOS las podéis hacer en otrosmundoseditorial@gmail.com.

Muchas gracias por seguir soñando con nosotros.
Mañana tenéis una nueva para en el blog La Odisea del Cuentista, de mi querida Isabel del Río.

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